V
MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA
"Quítense de vosotros toda amargura…"
(Efesios 4:31).
La amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano evangélico. Casi todos hemos sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su corazón. Debido a que es difícil (si no imposible) vivir amargado y en paz, el hombre maquina maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así menguar el dolor, pero sin embargo la amargura queda intacta. Para poder extirpar de manera bíblica la amargura del corazón, es imperioso comprender y desenmascarar las varias formas mundanas de “solucionar” el problema, para que no quede otra alternativa que la bíblica.
1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza. Hace poco escuché una entrevista con un escritor de novelas policiales, quien comentó que sólo existen tres motivos para asesinar a una persona: amor, dinero, y venganza. En un país centroamericano asolado por la guerrilla, me comentaron que muchos se aprovechan de tales tiempos para vengarse y echar la culpa a los guerrilleros. Con razón Pablo exhorta: “…no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.
Julia y Roberto son hermanos; ambos están casados y tienen 4 y 3 hijos respectivamente. Cuando vivían en la casa paterna sufrían con un padre borracho y perverso. No sólo los trató con violencia y con las palabras más degradantes, sino que también se aprovechó sexualmente de sus hijos. Pasaron los años y Roberto –ya adulto, herido, con muchos malos recuerdos y profundamente amargado– odia a su padre. ¿Quién lo puede culpar por sentirse profundamente herido? Otra vez podemos decir que “tiene razón". No es cuestión de minimizar el pecado de la otra persona ni el daño o la herida, sino es cuestión de qué hacer ahora, y magnificar la gracia de Dios.
Buscando alivio, Roberto, acudió a un psicólogo no cristiano que le ayudó a descubrir la profundidad de su odio y amargura, y sugirió como solución la venganza. Durante los últimos años Roberto ha estado llevando a cabo el dictamen. Principió con llamadas telefónicas insultando a su padre con las mismas palabras degradantes que éste había empleado. Cuando las llamadas dejaron de tener el efecto deseado, empezó a sembrar veneno en su hermana Julia y los demás familiares para que hicieran lo mismo. No es de extrañar que cada reunión familiar termine en un espectáculo como la lucha libre. Hoy día Roberto es un hombre amargado y cada día más infeliz.
Por su parte Julia –adulta y también herida, y con muchos malos recuerdos pero sin amargura– ama a su padre. Es cristiana, esposa de un pastor, y optó por perdonar a su padre e intentar ganarlo para Cristo. Dos personas de la misma familia y que experimentaron las mismas circunstancias, eligieron dos caminos distintos: uno la venganza y la otra el perdón.
Cuando intento vengarme por mi propia cuenta…
a) Me pongo en el lugar de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios.12 Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece a El. Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el mismo pecado que causó la caída de Lucero (Isaías 14:13, 14). Por lo tanto, al tratar de vengarnos (aunque tan sólo en nuestra mente), estamos pisando terreno peligroso.
Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a cabo.
b) La venganza siempre complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
c) Sobre todo, tomar venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14).
2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por algún motivo puedo justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de minimizar el pecado de la amargura:
a) Llamarlo por otro nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que “todo el mundo lo está haciendo". Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima entre los sentimientos heridos y la amargura.
b) Disculparse por las circunstancias y así justificar la amargura. “En estas circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón.” Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar. Juan dice a tales personas: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:10).
c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir la responsabilidad bíblica de admitir que la amargura es pecado. Cuando de amargura se trata, el ser humano generalmente culpa a la persona que le ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. “No sé porque Dios me hizo así…” “¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?"
3. Desahogarse. Ultimamente se ha popularizado la idea de que “desahogarse” sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez ayuda a que la persona sobrellevar el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la persona en quien se descarga contesta: “Tú tienes derecho"; (c) no considere la amargura como pecado contra Dios.
4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación entre dos personas (Mateo 5:23–25). Sin embargo, falta reconocer que la amargura es un pecado contra Dios. Sólo la sangre de Cristo, no una disculpa, limpia de pecado (1ª Juan 1:7). La solución radica tanto en la relación horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).
5. Perdonar a Dios. Después de presentar estos principios en una iglesia, de dos fuentes diferentes escuché que la solución para la amargura era “perdonar a Dios". Cuando una persona no está conforme con su apariencia física o con un suceso que dejó cicatrices emocionales o físicas en su vida, se le aconseja que perdone a Dios por haber permitido que sucediera.
En Rut 1:13 Noemí estaba amargada contra Dios y hasta explicó a sus dos nueras que tenía derecho a estar más amargada que ellas porque se habían muerto su esposo y sus dos hijos. Es la clase de situación donde hoy día se aconsejaría perdonar a Dios por haberlo permitido.
Estoy convencido de que hablar de “perdonar a Dios” es blasfemia. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1ª Juan 4:8); Dios está lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Jamás habrá necesidad de perdonarlo.
Este concepto de perdonar a Dios es uno de los intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que atravesamos. ¡Sí pudiéramos aprender la realidad: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12:9)!
0 comentarios:
Publicar un comentario